Adolescentes y previas ¿Cómo encontrar el equilibrio entre permisos y restricciones?

febrero 01, 2016

La cultura de las previas se ha convertido en un fenómeno intrínseco para los adolescentes de nuestro país, al punto tal que, en muchas ocasiones, logra acaparar un mayor protagonismo en las salidas nocturnas quelos bares y boliches bailables. Concurrir a las mismas constituye un ritual de pertenencia cada vez más popular entre los jóvenes, ritual que tiene sus propias reglas y se caracteriza en mayor medida por la presencia de alcohol como elemento infaltable para que una previa se precie como tal.

La edad de inicio en el consumo de alcohol ha ido bajando en los últimos años en nuestro país hasta llegar a un promedio ubicado en los 12 años de edad, por lo que no se puede hablar de este fenómeno como univoco, sino que por el contrario, posee características particulares dependiendo del rango etario al que pertenece cada joven.

En los más chicos, por ejemplo, el inicio en el consumo está fuertemente ligado al discurso que en hogar se sostenga sobre el alcohol. En muchas ocasiones los padres con las mejores intenciones incluyen el consumo de alcohol como una experiencia dentro del hogar, ya que consideran que si los chicos comienzan a beber en casa, todo estará mejor controlado y no se incurrirá en excesos. En realidad, este tipo de incursiones tempranas sólo suelen introducir al joven de forma másprecoz en estos hábitos y ayudan a conformar el lema “si no está mal beber en casa, tampoco lo estará afuera”. El quid de la cuestión no está entonces en que el joven “aprenda a beber” con sus padres. Lo que debe aprender con ellos son los limites que debe respetar para no hacerse daño a si mismo y a terceros, y cuales son las posibles consecuencias de no respetar esos limites.

A medida que la edad avanza, el consumo de alcohol (y su abuso) está más asociado a conductas de desafío a la autoridad adulta. Estas conductas son prototípicas de la población adolescente, forman parte de su camino a la autonomía, cuestionando las reglas que han respetado por años y construyendo su propia idea de moral. En este punto, muchos padres se encuentran  acorralados por dos presupuestos erróneos:

  • “Debo dejarlo en libertad para que tome sus propias decisiones o no va a madurar”
  • “Si pongo demasiados limites va a comenzar a odiarme”

El primero de estos axiomas, si bien guarda cierta cuota de verdad, esconde una sutileza. La maduración y adquisición de responsabilidades a lo largo de la vida (y no sólo durante la adolescencia) es un proceso extenso y lentamente progresivo,  no un hecho puntual dado de un momento a otro. En este sentido, la libertad que brindamos a los jóvenes debe ser otorgada de forma gradual, de modo que puedan ir adquiriendo capacidades de autocuidado que le permiten valerse por si mismos. Otorgar la absoluta potestad sobre las responsabilidades y consecuencias de sus actos de forma abrupta, en un solo acto, equivale a inundarlos con una maraña de compromisos que difícilmente puedan enfrentar sin perjuicios.

En cuanto al segundo de estos axiomas, está construido sobre cierta tendencia catastrófica e implica una falacia en si mismo. Las conductas de desafío que expresan los adolescentes, como se mencionó antes, es propio de esta etapa. En este punto cabe preguntar a los padres cual es su mayor preocupación: ser populares entre sus hijos o ser una figura de protección para ellos. Estos dos roles inexorablemente entraran en conflicto. No obstante, presentarse como una figura de autoridad que restringe ciertas conductas de los jóvenes no es sólo deseable, sino que sumamente necesario. La falacia en esta afirmación es entonces doble. No sólo los hijos no dejarán de querer a sus padres por el hecho de que estos pongan límites (aunque si los enfrentaran), sino que además estos limites son una importantes parte de los cuidados que deben otorgarse en este periodo. Preocuparse por la seguridad de los jóvenes demuestra el afecto que se tiene por ellos, y serán los padres que entreguen libertad sin medidas los que realmente estarán abandonando a su suerte a sus hijos.

Ahora bien, no es mi intención en este artículo desarrollar los peligros que el abuso del consumo de alcohol implica para los jóvenes, puesto que los mismos ya han sido ampliamente desarrollados y prolifera información sobre ellos en los distintos medios. Resumiré la cuestión aclarando que, dado que el cerebro de los adolescentes aún se encuentra en proceso de maduración en esta etapa, los riesgos pueden ser mayores que en la población adulta, y los mismos van desde daños físicos concretos (como reducción del tamaño del hipocampo y disminución de la corteza prefrontal) a daños observables en la conducta (disminución de la atención, conductas de riesgo sin evaluación del peligro, fallas en la memoria, etc).

Dos de los grandes peligros que atemorizan en mayor medida a los padres en relación al alcohol son las relaciones sexuales sin cuidado y los accidentes de tránsito.

En cuanto alprimero, es necesario asegurarse de que los jóvenes conocen los riesgos de las relaciones sin precaución. Esto no se reduce (como clásicamente se ha sostenido) a enseñar a usar un método anticonceptivo que impida embarazos e infecciones de transmisión sexual. La educación al respecto debe implicar además premisas como el respeto por el otro u otra, principalmente saber discernir cuando el partner sexual está en condiciones de consensuar el encuentro. Debe además incluir, por ejemplo, información sobre pasos a seguir si el método de protección falla.

Por otro lado, los jóvenes deberían saber que, a nivel fisiológico, el alcohol en exceso y el sexo no hacen buena pareja (entre otros fenómenos, puede dificultar la erección en los hombres).

La información es lo que ayuda realmente a los jóvenes a elegir libremente y los protege de los riesgos en este aspecto.

Respecto del manejo de autos, los padres deben establecer normas claras y firmes en torno a este punto. Un joven que ha bebido no debe estar al volante, ya que las funciones cerebrales necesarias para poder manejar correctamente están interferidas por la sustancia, aumentando las probabilidades de accidentes y conductas temerarias.

En cuando a los más jóvenes, los padres pueden comenzar por acordar que uno de los padres del grupo de amigos lleve y traiga a los chicos de las previas. Probablemente habrá protestas, pero en estos primeros intentos pilotos, dichas condiciones pueden funcionar como un mecanismo de control acorde a la edad a partir de las cuales la confianza entre padres e hijos se irá construyendo paulatinamente.

En todo caso, la gran mayoría de las pautas que se puedan mencionar se resumen en una única idea central. Idea que quizás representa el axioma medular de la relación de adultos con sus hijos adolescentes:

La libertad que se brinda a los adolescentes no es un hecho fortuito, ni mucho menos una obligación parental. Es un terreno que se gana en base al cumplimiento de obligaciones. No hay derechos sin obligaciones en el mundo adulto, y después de todo, la libertad que les estamos dando se sustenta en comenzar a reconocerlos como adultos.

Gonzalo Romero

Lic. Psicología

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