En promedio, es alrededor de los 17 años cuando los adolescentes proyectan por primera vez la posibilidad de irse de vacaciones con sus amigos, sin la compañía de sus padres. Esto forma parte de un desarrollo natural hacia la autonomía y la vida como adultos, sirve como un primer ensayo donde podrán experimentar por varios días vivir su cotidianeidad sin la mirada de un adulto como autoridad.
Lo que para ellos significa pura diversión, puede presentarse como una pesadilla para los padres, que ven a su hijo apartarse del seno familiar y, sobre todo, se preocupan por los peligros que puedan presentarse en el lugar de vacaciones sin su protección como resguardo. Drogas, alcohol, accidentes y sexo suelen ser las inquietudes principales que desvelan a padres durante noches mientras sus hijos no están. Es importante aclarar a los padres que los riesgos que sus hijos enfrentan, y las medidas preventivas que deben tomar ante estas situaciones son las mismas ya sea que se hallen en la misma ciudad o en una playa lejana, pero lo que si es cierto es que la distancia funciona como un factor de alerta que aumenta la ansiedad de los adultos, que sienten que no podrán acudir como auxiliadores de forma inmediata en caso de ser necesario.
Hablar con los hijos es una condición fundamental para que este tipo de planes puedan concretarse sin conflictos mayores. Ser francos con los menores en relación a cuales son las preocupaciones de los adultos genera un espacio de empatía y escucha donde ambas partes pueden acordar reglas que permitan un ordenado acontecer de los hechos. En este sentido, los padres deben dejar en claro que el hecho de que los chicos vayan a estar solo a distancia no implica la ausencia total de reglas. Lo mejor es evitar frases enjuiciadoras del tipo «yo sé que no importa lo que te diga, apenas llegues vas a hacer un desastre”. Lo mejor es optar por un lenguaje de respeto, reconocer la independencia creciente del joven y permitirse depositar confianza en él, dejando en claro algunas pautas principales, de lo contrario, los adolescentes percibirán que no se confía en ellos y sentirán cuestionada su libertad.
Lo ideal es que los padres conozcan a los amigos con los que sus hijos se irán de vacaciones. Esto aumenta la confidencia y establece redes de seguridad que hacen más ordenada la experiencia, con menos incógnitas. Puede ser buena idea también conocer a los padres de esos amigos, de modo que los adultos formen su propia red para facilitar la comunicación.
Siguiendo esta línea, y teniendo en cuenta la facilidad que aportan las nuevas tecnologías en cuanto a la comunicación (servicios de mensajes instantáneos, Facebook, etc), lo ideal es que la frecuencia de comunicación quede previamente acordada con los adultos y que no esté librada al azar. Los padres deben respetar estas reglas al igual que sus hijos. Llamarlos o atosigarlos con mensajes en momentos en los que no estaba acordado puede sembrar en los menores la sensación de falta de confianza y generar conflictos. Ésta es una gran oportunidad para que los jóvenes demuestren que pueden cumplir con responsabilidad su parte del trato, sin que los adultos estén exigiendo y controlando permanentemente. Lo ideal seria por ejemplo una comunicación diaria, donde dejen claro a sus padres que todo va bien y cuales son los planes para el día siguiente. Sin demasiados detalles, conocer parte de la rutina de los hijos tranquiliza a los padres que aguardan noticias a la distancia.
Otros puntos fundamentales a tener en cuenta son el destino y el tiempo que durarán las vacaciones. Esto debe negociarse con los hijos cuidadosamente, evaluando las alternativas y aumentando las posibilidades de forma gradual. Los primeros intentos podría ser conveniente realizarlos por no más de una semana, y en lugares donde los padres sepan que las condiciones de seguridad facilitarán la experiencia sin percances.
Algunos padres pueden optar por dar poco dinero en efectivo y dejar que los chicos se manejen con tarjetas de débito. Esto proporciona un control mayor en cuanto al tipo de gastos que realizan los jóvenes, pero debe ser algo acordado con ellos, ya que podría resultar muy invasivo.
En cuanto a la sexualidad, lo mejor seria no tomar el tema como un tabú y que quede sólo en el territorio de los mayores temores de los padres. Lo ideal es sincerarse con los hijos, hablarles de sus preocupaciones, y ofrecerles la mayor información posible respecto al tema. La salud sexual tiene como base la información que permite el cuidado y protege a los adolescentes ante relaciones indeseadas, transmisiones de infecciones, etc. Dar pautas generales como siempre moverse en grupo y llevar métodos anticonceptivos para protegerse son claves para evitar riesgos indeseados.
De este diálogo pueden salir beneficiadas ambas partes y esto debe quedar en claro. Los adultos aprenderán a confiar en sus hijos, y como consecuencia, les otorgarán gradualmente mayor libertad para disfrutar de sus actividades y planes.
Lic. Gonzalo Romero